No es ningún misterio que a las personas nos gusta lo exótico, lo ajeno, lo que viene de fuera y de cuanto más lejos mejor. Conocida es la sensación de que la hierba siempre es más verde en el prado del vecino. Padecemos por las cosas un síndrome de xenofilia. Esto, en parte, explica porque estamos como estamos y el planeta está como está. En efecto, si bien esto no es malo en sí como fruto de una sana curiosidad y deseo de experimentar lo desconocido, como toda medalla tiene un reverso inevitable y perjudicial: la endofobia. Bien está que consumamos cosas que en nuestro entorno no existen o son insustituibles pero cabe alarmarse cuando el comportamiento se vuelve sistemático y nos lleva a despreciar lo más cercano, lo más común, lo más nuestro. Esto le pasa a nuestros protagonistas de hoy: el pepino y el perejil. Fíjense si el perejil ha sido devaluado y des-preciado, en el sentido estricto de la palabra, que hasta hace poco te lo regalaban sistemáticamente. ¡Pobre perejil!

El perejil
Antiguamente, el perejil era conocido por sus propiedades regeneradoras y blanqueadoras.
Actualmente, se sabe que el extracto de perejil es rico en vitamina C, provitamina A (caroteno), vitamina B 2 (riboflavina), B3 (nicotinamida), B9 (ácido fólico) y vitamina E (tocoferoles), minerales y oligoelementos: potasio, calcio, fósforo y magnesio, hierro, manganeso, cinc y cobre; también contiene, en estado de trazas, oligoelementos raros como el cromo, el boro, el selenio o el cobalto.
Son bien conocidos sus efectos antioxidantes y protectores frente a los radicales libres. Pero eso no es todo: nutre la piel, la refresca, previene las rojeces y las irritaciones -bloqueando los receptores de las endotelinas, hormonas que intervienen en la vasoconstricción-, proporciona a nuestra piel un tono más uniforme, estimula la producción de colágeno y favorece la cicatrización. Para no extendernos más, podría decirse que es una planta muy común con virtudes extraordinarias.
Cuando tenemos esto en consideración, se entendería perfectamente que el perejil vale mucho y cuesta poco y que su precio debería ser al menos igual al de cualquier “snack”, cuyo nombre es la propia marca, repleto de colorantes y de sustancias que lo acercan más al mundo del plástico que al del alimento.
El pepino
El pepino ha tenido más suerte, al menos en nuestro país. No está en todas las salsas pero sí en un plato típicamente español: el gazpacho. Aunque lo consideremos verdura en la cocina, el pepino, desde el punto de vista botánico, es de hecho una fruta. Más allá de esta catalogación, lo importante es que dicha fruta tiene propiedades antioxidantes, refrescantes, hidratantes y analgésicas. De hecho, se usaba de forma natural y habitual para aliviar las quemaduras solares y luchar contra las ojeras, convirtiendo las rodajas de pepino sobre los ojos en el cliché por excelencia de la cosmética natural.
En lo que a su composición natural se refiere, contiene vitaminas A, B, C y E y es rico en minerales: hierro, calcio, magnesio, fósforo y potasio.
Tiene un efecto tensor en nuestra piel, dejándola más lisa y tersa. Nos ayudará a conseguir un tono más uniforme a la vez que le proporcionará luminosidad a las pieles “apagadas”.
El pepino tiene un efecto beneficioso muy importante y digno de ser explícitamente destacado. Veremos en un futuro post dedicado específicamente a la comedogenia de los aceites el problema de la obstrucción de las glándulas sebáceas, y por consiguiente del poro, con su manifestación externa en forma de granos y puntos negros. Pues bien, el pepino, gracias a sus propiedades astringentes, posee la capacidad de liberar los poros en pieles grasas y de reducir su tamaño.
Para nuestro propósito, era el aliado perfecto del perejil para ser incorporado en nuestra crema despigmentante María Gan®. Para conseguir una mayor efectividad, la fórmula de esta crema contiene un suplemento de vitaminas C y E. Está formulada sin parabenes, sin alérgenos y sin hidroquinona.